
El pintor español más famoso de todos los tiempos sucumbió ante una pasión culinaria que se convirtió en fetiche y que plasmó a través de sus obras de arte a lo largo de su trayectoria artistica, por lo que elementos culinarios como los huevos, panes, langostas y chuletas de cordero fueron incluidos en sus lienzos y arte palpable.
“Un hombre se manifiesta tal cual es cuando tiene un tenedor en su mano”, afirmaba Salvador Dalí, y tal vez por eso, como una manera de explorar dentro del comportamiento humano, fue que incluyó dentro de sus obras el tema de la comida, a la que atribuía implicaciones erótico-sacras.
Una de sus representaciones favoritas era el pan, el cual gustaba pintar en piezas o entero, como el baguette, dándole siempre ese sentido erótico; igualmente, los huevos eran otro de sus temas preferidos dibujándolos ya sea duros, en alusión a la vida intrauterina; o blandos, haciendo referencia a la saliva o al semen.
Así, Salvador Dalí destacó por su intención frecuente de relacionar alimentos con representaciones religiosas y partes del cuerpo humano, como cuando pintó los senos de Santa Agatha en forma de huevos, así como los ojos de Santa Lucía exhibidos en un plato en forma de huevos blandos.
La langosta era otro de los fetiches de Dalí. A ella le atribuía connotaciones afrodisiacas y sexuales. Por ejemplo, le gustaba experimentar con fotografías donde el crustáceo cubría los genitales femeninos, y como ejemplo, está la representación artística del “teléfono-langosta”, un artefacto surrealista en el que se fusionaban estos dos componentes.
Una extravagancia gustativa
Curiosamente, este comportamiento excéntrico de Dalí se dejaba ver en sus visitas a restaurantes, donde al exigir un plato delicioso también procuraba que viniera un toque de locura al lado de su comanda; se dice que cuando iba a probar langosta en un restaurante exigía que se les sirviera con un teléfono al costado, a manera de autopromoción o estentórea inclinación por resaltar incluso en el acto de comer.
De esta manera se inmortalizó no solo su peculiar forma de ver el mundo, sino su disposición de exponer la inclinación al comer como un acto diferente al resto; hecho que se expone a la perfección en el llamado “Retrato de Gala con dos chuletas de cordero en equilibrio sobre su hombro”.
La comida estuvo muy presente en la vida de Salvador Dalí y sus obras, porque fusionó la simple existencia de los alimentos con ese modo excéntrico, polémico, surrealista, loco, egocéntrico, y amante de él mismo que le imprimía a cualquiera de sus actos.
Finalmente, Dalí catalogó el hecho de comer como un conductor de vida, pues a su juicio las mandíbulas son el órgano más filosófico del hombre ya que entran en contacto con la vida real; la gastronomía fue una obsesión para este genio, al relacionar que cocinar y pintar son artes afines, puesto que un pintor cuando crea una obra pone un poco de esto, un poco de aquello, y un poco de lo otro para así llegar a un resultado final y, cuando cocinamos, añadimos un poco de esto, un poco de aquello y un poco de lo otro para crear una obra que de vista sea apreciable y además que tenga buen sabor para despertar nuestros sentidos.
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